Esa caricia que te da tu abuela, los besos con los que te despiertan tus padres, el abrazo cargado de energía que intercambias con un amigo, un susurro al oído o la mano en el hombro, discreta muestra de apoyo que te brinda un compañero en el trabajo. Forman parte de nuestro día a día. Todos ellos, gestos que, por su cotidianidad, damos por hecho, nos parecen imprescindibles y nos es complicado imaginarnos nuestra vida sin ellos. ¿O acaso podrían sobrarnos? A algunas personas, sí.
Hay gente a la que el contacto físico le genera rechazo, que darían su reino por ser un cactus andante cuando alguien trata de abrazarlos, que han ingeniado 1.001 maneras para salir de una reunión de trabajo sin estrechar las correspondientes manos de despedida, que castigarían con la cadena perpetua la gracia de hacer cosquillas y que consideran ir a un concierto, montarse en el metro o salir de bares un deporte de riego que hace peligrar innecesariamente su espacio vital.
Este espacio, conocido como peripersonal, es la zona que separa nuestro cuerpo del mundo y que consideramos como segura. La mayoría de las personas necesitan un entorno de entre 20 y 40 centímetros alrededor de su cara, aumentando el margen en quienes padecen ansiedad, según un estudio del University College de Londres recogido por la agencia de noticias SINC (Servicio de Información y Noticias Científicas).
Fuera de ese espacio, lo que quieras. Pero dentro… Dentro, amigo mío, no pasa todo el mundo. En algunos casos, nadie, porque para ello hay que tocar y ser tocado, y el tacto, además de ser el único de nuestros sentidos que es recíproco, también es el que más cuidado ponemos al usar. Medimos cada contacto que establecemos. “El toque se interpreta en función del contexto de la relación con la otra persona. La cantidad de áreas del cuerpo que son más aceptables al roce varían dependiendo de lo fuerte que es el vínculo emocional“, se desprende del mapa topográfico del contacto físico elaborado por las universidades de Oxford y Aalto, en Finlandia, y del que se hace eco Papel.
Normalmente, solemos vincular el contacto físico con nuestra pareja y con las personas más cercanas. Sin embargo, hay para quien ni siquiera ese vínculo es capaz de abrir la puerta al roce. En los casos más leves, se trata simplemente de celo por preservar su espacio vital, un carácter más reservado, la incomodidad de sentir que se pierde el control cuando alguien invade tu espacio o, simplemente, el creer que no es necesario tocarse tanto.
Llevado al extremo, aunque no es muy frecuente, se convierte en una fobia que condiciona la vida de quien la padece y su forma de relacionarse con el mundo. Su nombre: Afenfosfobia e implica un miedo irracional e intenso a tocar y ser tocado.
Su origen puede encontrarse en comportamientos imitados de algún adulto clave en la infancia de la persona afectada, en traumas, abusos (sexuales fundamentalmente) o carencias afectivas en los primeros años de vida, que con el paso del tiempo han desencadenado una respuesta desmedida de rechazo al contacto físico.
La forma de exteriorizarlo dependerá siempre del grado de miedo: desde quien tolera tocar y ser tocado por los más allegados o es capaz de, con mucho tiempo y trabajo, confiar en personas ajenas a su núcleo más cercano y establecer un vínculo, hasta quien, ante la sola perspectiva de tolerar el contacto físico, sufre palpitaciones, temblores, estado de alerta, tensión muscular, hiperventilación, sensación de estar mareado o de sentirse atrapado, entre otros síntomas.
Es entonces, cuando se nos viene a la cabeza Sheldon Cooper, el personaje de The Big Ban Theory, quien, en clave de humor, refleja el día a día de las personas que padecen la Afenfosfobia. La realidad, como siempre, supera la ficción.
“He sido afenfosfóbica la mayor parte de mi vida”, explica la usuaria Raiven en Experience Project, una web que busca la creación de comunidades en las que compartir experiencias con otros participantes. “Nunca he tenido problemas con el contacto físico con familiares cercanos, como mi madre, mi padre o mis abuelos. Pero cuando se trata de gente no tan cercana o a la que no conozco tan bien, no puedo estar cerca de ellos. He hecho progresos con mi Afenfosfobia, pero no estoy curada del todo. Todavía no puedo quedar con mis amigos después de las clases o ir a una fiesta porque me da mucho miedo que alguien que no conozco me toque. No es que no quiera quedar con ellos, es que no puedo superar el miedo de tocar o ser tocada por alguien en quien no confío o a quien no conozco muy bien“, concluye su relato.
Resumen
Afenfosfobia
La afenfosfobia también conocida como, hafefobia, hafofobia, hapnofobia, haptofobia o quiraptofobiapodría es el miedo que presenta una persona a ser tocada. Etimológicamente la palabra fobia significa “miedo, terror o pánico”. La hafefobia forma parte de las llamadas fobias específicas, focalizándose el miedo o la fobia en un elemento concreto, en este caso, en el hecho de ser tocado por otra persona.
Síntomas
Los síntomas que la persona con hafefobia presenta son, en primer lugar, un miedo intenso y persistente ante dicha situación. Un miedo que es excesivo y que es irracional y que se presenta porque la persona teme que se produzca el hecho de ser tocada.
Al presentarse esta situación, se desencadena en la persona la respuesta de ansiedad, que puede incluso acabar desembocando en un ataque de pánico.
Además del miedo intenso, otros síntomas que forman parte de los criterios diagnósticos para poder diagnosticar esta fobia específica según el DSM-5 (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales), son el hecho de que esa situación provoca una ansiedad inmediata y se evita o se resiste activamente con miedo o ansiedad intensa.
Cuando hablamos de la hafefobia, como en todas las fobias específicas, se produce una activación autónoma cuando la persona teme encontrarse en la situación temida; en este caso, ante la idea de ser tocada por otra persona.
En dicha situación, la persona sufre miedo y se activa el sistema nervioso simpático, teniendo síntomas como la taquicardia, las palpitaciones, sudoración, una respiración más acelerada, un aumento de la presión sanguínea y menor actividad gastrointestinal.
Tratamiento
Según la explicación de corte conductual, basada en un aprendizaje inadecuado, será a través de las técnicas psicológicas cognitivo-conductuales mediante las que se pueda intervenir para solucionar dicho problema.
Los tratamientos con mayor evidencia y mayor rigor científico para solucionar las fobias específicas como la hafefobia es la exposición in vivo (EV), el modelado participante y el tratamiento de Öst (Bados, 2009).
Por ejemplo, la exposición en vivo mejora reduciendo el miedo o la conducta de evitación. Para poder aplicar el tratamiento con el paciente es importante lograr un acuerdo con él, explicándole el problema que tiene y justificando el tratamiento a seguir.
La exposición en vivo permite al paciente eliminar la asociación entre la ansiedad y la situación que teme, permitiéndole aprender a manejar la ansiedad y a comprobar que realmente no ocurren las consecuencias negativas que teme.
Para hacer una buena exposición en vivo es importante que la exposición sea gradual y que la velocidad sea adecuada según las necesidades del paciente (y consensuada con él).
Se debe realizar una jerarquía ordenando de menor a mayor ansiedad y partiendo siempre de las situaciones que menor ansiedad produce al paciente.
Puede construirse una jerarquía o varias y el paciente debe ir exponiéndose hasta superar la ansiedad que le produce la situación temida, en este caso, el miedo a ser tocado.
Diario: codigonuevo.com
Fecha: 09/05/2016
Autor: María Sanz
Fobia: Afenfosfobia
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